No tengo demasiada simpatía por las típicas reflexiones -si pueden calificarse como tal- que cada 31 de diciembre proliferan en avalancha.
Como si de una empresa se tratase, uno se suele aventurar a realizar un "balance de situación" que tiene muy poco de real, amén de las estructuras "he pasado momentos malos este año pero..." o "a pesar de todo puedo decir que me alegro de...". Toda esta información, o esta repentina dosis de vitalidad y entusiasmo podría llegar a conmoverme si no fuera porque conozco bien -por experiencia- su vacuidad en la vida real.
Recuerdo que lo que pienso hoy también lo meditaba el pasado año: ¿Podríamos no hacer un balance nunca más?
¿Podríamos hacer uno todos los días, o cuando nos salga de los huevos?
¿Podemos, señores, vivir de verdad?
Pero los años caen como gotas en una charca, y me entristece ver que muchas personas -entusiasmadas con que una discutible tradición haga de la de hoy una noche mágica- dejan, como tantas otras cosas,
la felicidad para última hora.
Os deseo a todos que seáis muy felices el próximo año, pero con más fuerzas que lo estéis siendo ahora mismo,
y que lo hayáis podido ser muchas veces en cualquiera de las horas que preceden a las doce de hoy.
Y las de mañana, pasado,...
L.C.