jueves, 2 de enero de 2014

Navidad 2013

...Y vuelves, porque necesitas volver, pero nunca eres el mismo que marchó.
De pronto, tras la precipitación vertiginosa de acontecimientos encuentras un tiempo precioso para meditar, para profundizar en qué diablos está ocurriendo.

Pero cuando llega, resulta que no es eso lo que haces. No meditas, no discurres ni pones etiquetas al pensamiento, que a veces ni a nombrarlo se llega.

Pero sientes.

Todo esto se me pasaba por la cabeza la otra noche, en un paseo tranquilo y solitario por las frías -bendito frío- calles de Soria.
Sencillamente sientes algo, y eso es más que suficiente, mucho más de lo que buscas al ponerte el gorro y salir por la puerta...

Que ya nunca será la misma puerta. No puede serlo si tú no eres el mismo.

De este modo me he dado cuenta de que en estos días la felicidad se abría paso en mi interior de forma abierta, inevitablemente. Me importa una mierda que haya gente que diga que no es nada, que no importa, que no es verdadera la Navidad. 
La mía lo es. Sin campanazos ni dinero, sin estrenos ni condecoraciones. Sin alijos de langostinos en oferta ni vacíos llenos de luces doradas.

Con una elegante sobriedad interior, de las que tanto duran. Como mi querida ciudad de nacimiento, que sin quererlo me enseña todas estas cosas.

Fue entonces cuando comprendí que, al igual que mi padre, me había enamorado de ella para siempre.

Luis C.




                                             
                                         

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