domingo, 12 de octubre de 2014

Nuestro tiempo atmosférico

A mi madre siempre le gustaron las noches de lluvia intensa, cuando estábamos en casa.
Eran oportunidades para irse pronto a la cama y alargar la fase previa al sueño,
estudiando el continuo repiqueteo, imaginando lo que ocurría fuera.
Yo me sentía entonces completamente a salvo, irremediablemente feliz.

Cómo disfruto la lluvia ahora.
Desde mi ventana observo su poder igualatorio; Mojando las farolas, la iglesia, el puente, los tejados.
El coche del vecino, la ropa recién tendida, las coloridas flores y el burdo contenedor.

En ese afán monocromático a unos nos desata la nostalgia, tiñendo de gris nuestros recuerdos,
mientras a otros desata la mala hostia, lidiando con capuchas rudimentarias y calcetines que gotean.
A las pocas horas, todo aquello desaparece como si no hubiera existido,
e incluso nos hace la burla en siete colores. 

Hoy pensaba en cómo se parece esto a nuestro pensamiento, a nuestro paisaje interior.
Imagino en cuántas de las cabezas que me rodean ahora mismo está chispeando, 
en cuántas la niebla es insondable, en cuántas luce el sol.

Pensaba en cómo he aprendido a mirar a la cara a los nubarrones, confiando:
Seguro llegará el momento en que podré escucharlos desde la lejanía, 
cubierto hasta las cejas con mi edredón.

L.C.




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