La estupidez de las conversaciones que oímos en los bares, de noche, es directamente proporcional al volumen de la música.
No hace falta entender a los demás ni que te entiendan, ni tiene ningún sentido lo que se dice; ninguna finalidad. A una mala, sonríes.
Voy a empezar a poner música a tope en los ascensores de mi comunidad. Todo un espectáculo.
L.C.
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