Se debe interpretar como si cada concierto fuera el único,
o mejor como si detrás de cada obra no siguiera ninguna,
o más aún: como si cada nota -por pequeña duración que tenga-
fuera la última.
Así la música se desarrolla por concentración y adición de energía,
y nos ofrece la posibilidad de jugar con los sentidos,
con el tiempo, las circunstancias;
y por suerte,
con nosotros mismos.
L.C.
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